viernes, 25 de marzo de 2011

Sueños de trapiches

Los trapiches de caña son un buen motivo pictórico. Aquí en Mérida se sembraba la caña en  las haciendas de los alrededores. Todavían quedan algunos trapiches de los muchos que habían.




   

Francisco Rivero. Trapiche de la laguna. 1995.


Este trapiche al lado de una laguna y en las primeras horas de la mañana ofrece un bello motivo, difícil de rechazar para un pintor. El torreón del fondo, que  se eleva por encima de los picos de la Sierra Nevada, sirve para dividir el espacio superior en dos zonas de manera armónica.  Los reflejos en el agua dan la sensación de realismo. Es una pintura al óleo de 50x 60 cm.



 
Francisco Rivero. Trapiche de San Juan. 1995.
En medio de un cañamelar bastante plano se halla este pequeño trapiche. La sala de las pailas se ha convertido en un deposito de bagazo, de un color amarillo claro. El punto de observación en la parte alta acentúa el caracter familiar y humilde de esta escena. El tejado rojizo contrasta con el verde de los cultivos. ES una pintura al óleo de 50 x40 cm.

Francisco Rivero. Trapiche de la laguna. Amanecer.1995.
Aquí los tonos azules del cielo y sus reflejos en el agua invaden todo el cuadro, creando un cierto aire melancólico. ES una escena pintada bien temprano, al amanecer, cuando los primeros rayos del sol iluminan las cosas. La mas oscura del edificio algo derruido, es un motivo sencillo pero de mucho impacto, por el contraste con los tonos claros de la luz que lo rodea.
Los trapiches nos traen recuerdos de una época pasada, de austeridad y sencillez. Los niños nos deleitábamos con los sabrosos dulces y golosinas elaboradas a base del melado de la caña:  alfondoques, alfeñiques y papelón. Nos refrescábamos con el sabroso guarapo de caña. Chupábamos la caña dulce recien cortada  en trocitos. La novelista venezolana Teresa de la Parra, quien nació en París en 1889, se crió en Caracas  cerca de una hacienda de caña perteneciente a su familia y murió en Madrid en 1936, nos ha dejado estas hermosas palabras en su libro" Las memorias de Mamá Blanca"

En el trapiche amplio y generoso no había casi paredes ni había casi puertas; nada se encerraba, !Adelante todo el mundo¡ Entraba el sol; entraba el aire; entraba el aguacero; entraban las legiones de avispas doradas y zumbando a buscar dulce; entraban las yuntas lentas con los carros anchos y los montone sde caña bien trabados que los gañanes descargaban de un golpe... entraban los hijos de los peones con una cazuela en la mano a pedir " DE parte de mamá que si me hacen el favor de unas migajitas de raspadura o un pedacito de papelón roto"...

martes, 15 de febrero de 2011

Las cinco águilas blancas


Una de las leyendas más bonitas de Mérida es "Las cinco aguilas blancas", recopilada por Tulio Febres, hace exactamente cien años. La india Caribay, mitad humana, mitad divinidad es el centro de esta historia cautivante, en donde se funden los misterios siderales con la naturaleza de los bosques de Mérida. Basado en esta leyenda es el cuadro de abajo, un óleo de 100x90 cm.

Francisco Rivero. Cinco águilas blancas. 2011.


Las cinco águilas blancas.

Cinco águilas blancas volaban un día por el azul del firmamento: cinco águilas enormes cuyos cuerpos resplandecientes producían sombras errantes sobre los cerros y montañas.
¿Venían del norte? ¿Venían del sur? La tradición indígena solo dice que las cinco águilas blancas vinieron del cielo estrellado en una época muy remota.
Eran aquellos los días de Caribay, el genio de los bosques aromáticos, primera mujer entre los indios mirripuyes, habitantes del Ande empinado. Era hija del ardiente Zuhé y la pálida Chía; y remedaba el canto de los pájaros, corría ligera sobre el césped como el agua cristalina, y jugaba como el viento con las flores y los árboles.
Caribay vio volar por el cielo las enormes águilas blancas, cuyas plumas brillaban a la luz del sol como láminas de plata, y quiso adornar su cabeza con tan raro y espléndido plumaje. Corrió sin descanso tras las sombras errantes que las aves dibujaban en el suelo; salvó los profundos valles; subió a un monte y otro monte; llegó, al fin, fatigada a la cumbre solitaria de las montañas andinas. Las pampas, lejanas e inmensas, se divisaban por un lado; y por el otro, una escala ciclópea, jaspeada de gris y esmeralda, la escala que forman los montes, iba por la onda azul del Coquivacoa.
Las águilas blancas se levantaron perpendicularmente sobre aquella altura hasta perderse en el espacio. No se dibujaron más sus sombras sobre la tierra.
Entonces Caribay pasó de un risco a otro risco por las escarpadas sierras, regando el el suelo con sus lágrimas. Invocó a Zuhé, el astro rey, y el viento se llevó sus voces. Las águilas se habían perdido de vista, y el sol se hundía ya en el Ocaso.
Aterida de frío, volvió sus ojos al oriente, e invocó a Chía, la pálida luna; y al punto detúvose el viento para hacer silencio. Brillaron las estrellas, y un vago resplandor en forma de semicírculo se dibujó en el horizonte.
Caribay rompió el augusto silencio de los páramos con un grito de admiración. La luna había aparecido, y en torno de ella volaban las cinco águilas blancas refulgentes y fantásticas.
Y en tanto las águilas descendían majestuosamente, el genio de los bosques aromáticos, la india mitológica de los Andes moduló dulcemente sobre altura su selvático cantar.
Las misteriosas aves revoletearon por encima de las crestas desnudas de la cordillera, y se sentaron al fin, cada una sobre un risco, clavando sus garras en la viva roca; y se quedaron inmóviles, silenciosas, con las cabezas vueltas hacia el norte, extendidas las gigantescas alas en actitud de remontarse nuevamente al firmamento azul.
Caribay quería adornar su coroza con aquel plumaje raro y espléndido, y corrió hacia ellas para arrancarles las codiciadas plumas, pero un frío glacial entumeció sus manos; las águilas estaban petrificadas, convertidas en cinco masas enormes de hielo.
Caribay da un grito de espanto y huye despavorida. Las águilas blancas eran un misterio, pero un misterio pavoroso.
La luna se oscurece de pronto, golpea el huracán con siniestro ruido los desnudos peñascos, y las águilas blancas despiertan. Erizánse furiosas, y a medida que sacuden sus monstruosas alas el suelo se cubre de copos de nieve y la montaña toda se engalana con el plumaje blanco.
….
Este es el origen fabuloso de las Sierras Nevadas de Mérida. Las cinco águilas blancas de la tradición indígenas son los cinco elevados riscos siempre cubiertos de nieve. Las grandes y tempestuosas nevadas son el furioso despertar de las águilas; y el silbido del viento en esos días de páramo, es el remedo del canto triste y monótono de Caribay, el mito hermoso de los Andes de Venezuela.
Tulio Febres Cordero

miércoles, 26 de enero de 2011

Gentes que alegran la vida.

El tema de la figura humana ha sido  uno de los más trabajados en la pintura. Son  personajes anónimos que no guardan parecido alguno con nadie en especial, pero representan a todo un pueblo, bien sea por su carácter singular o por sus costumbres. La gente de la calle es el mejor modelo para atrapar  la realidad: el momento exacto en que vivimos, sin "estilizaciones artísticas" ni idealismos falsos. Estos seres comunes y corrientes son parte del paisaje cotidiano. Ellos poseen una existencia verdadera. Son la vida misma hecha forma y color, plasmada sobre un lienzo o un pedazo de papel.
Recordemos que los grandes maestros el pasado, como Velazquez acostumbraban pintar en sus ratos libres, a los personajes más humildes de la corte. Eran enanos, gente con sindrome de down, mutilados, enfermos de las glandulas tiroides y toda clase de gente discapacitada y despreciada, que sufrieron mucho en la vida. Pero sin embargo, el genio sevillano los inmortalizó para siempre con su pincel magistral elevándolos a la categoría de los seres eternos, dignos  exponentes del arte universal. Ellos viven en los lienzos a la misma altura de las infantas, las princesas y los reyes.
Picasso en sus primeros años en París también pintaba mendigos, prostitutas y amigos, por no tener dinero para pagar una modelo. El gran pintor mexicano, Diego Rivera, le dedicó un capítulo especial de su producción a los niños de la calle.

Un viejo contador de cuentos, con sus manos algo deformes por la artritis, evoca una escena campesina bastante tradicional en los Andes Venezolanos. El gesto elocuente de un hombre del anciano, con su dedo indice apuntado hacia las alturas, refleja la importancia de sus palabras. Sus mano izquierda parece inmóvil, a consecuencia de una hemiplegia. Sus dedos gruesos y encallecidos por el contacto con la tierra, demuestran su procedencia del campo. Es una pintura al pastel sobre cartulina marrón claro, en formato de 70x45 cm. El color de fondo juega un papel esencial en esta obra.


El Cuento. 1996.
 Pedrito es un muchachito del páramo tímido y reservado. La postura algo reclinada hacia un lado, demuestra su vocación para el trabajo. Es un niño que ya no juega y quiere parecerse a un adulto.

Pedrito. 1992.
Una niña entre un trigal, espera la llegada de su madre. Ella lleva una ruana para protegerse del frío.


Niña paramera. 1992.
Pablo es un obrero del campo. Se gana la vida como jornalero. La mirada hacia abajo y los hombros algo caídos son típicos de un caracter pacífico. La luz que cae sobre el rostro de manera casi vertical, alumbra con dureza algunas zonas, creando contraste.

Pablo. 1993.
Vicente es un hombre entrado en años, de cara redonda y rostro curtido por el sol. Lleva años asistiendo al festival de los Vasallos de la Candelaria.


Vasallo de la Candelaria. 1992.


miércoles, 19 de enero de 2011

Por los rincones apartados

Muchos lugares apartados de la inmensa geografía andina, ofrecen paisajes encantadores, apenas tocados por el hombre. Hay que ir carretera adentro, desafiar los peligros del camino y armarse de paciencia, pero la experiencia vital del descubrimiento de lo nuevo, bien vale la pena. Siempre habrá algo interesante que ver en algún recodo del camino, al final de un estrecho valle o en la cima de una colina. En el contacto estrecho con la naturaleza, el hombre y los pueblos surge la inspiración para crear las obras de arte.

Bajando hacia los Llanos. 2010.
En el estado Táchira hay grandes extensiones de tierras arcillosas. En esos pueblos, la gente desde tiempos prehispánicos han practicado la alfarería. A la orilla del camino hay puestos de vendedores de vasijas de barro cocido. En el pueblito de Lobatera la arcilla le da un color rojizo al ambiente. Es una villa de clima cálido en donde el cielo de la tarde parece recoger todos los colores de su entorno.

Lobatera. 1993.
Bajando del Pàramo de la Negra, nos encontramos con el paisaje abierto de Pueblo Hondo. Hice este bosquejo al pastel sobre cartulina gris, con unos pocos trazos. La luz matinal se cuela con timidez, entre los jirones de neblina que, se disuelven poco a poco con los primeros rayos del sol.

Pueblo Hondo. 1997.
En la frontera entre Venezuela y Colombia, del lado neogranadino, se encuentra la Villa del Rosario. Es un pueblo de recia estampa colonial que posee una iglesia en ruinas, al borde del camino. Sus muros amarillos resplandecen al mediodía. El aire caliente agita los penachos de las orgullosas palmeras.

Villa del Rosario. 1992.

martes, 11 de enero de 2011

Las peleas de gallos

Las peleas de gallos son emocionantes. Es un espectáculo de gran colorido y vivacidad, donde los gallos pelean con inusitada fuerza, violencia y agresividad.
La pintura de abajo, realizada en 2003, es un lienzo de 150x100 cm. pintado al óleo. Posee un esquema compositivo bastante sólido, trabajado en base a circulos, triángulos y rectángulos que se articulan de manera integrada. El empleo de colores primarios, casi puros, así como los planos que se cortan de manera frontal, acentúan el carácter violento,  ruidoso y  chillón del tema. La gallera es un enorme círculo que absorbe las miradas, Hay dos puntos de fuga: uno en los gallos que pelean y el otro en los tipos de sombrero que conversan abajo.

Gallera. 2003.
El colorido de los gallos con sus plumas de todos los matices, me sirvió de inspiración  para esta pintura casi abstracta.

El gallo muerto. 2003.
Las peleas de gallos representan choques violentos de colores, líneas y figuras. Cual un un volcán en erupción, donde saltan rocas por los aires y fluyen ríos de roja lava, la pintura se expande por todo el lienzo de manera casi espontánea. Después del furor de la batalla, la calma vuelve a la pintura, en la quietud de un paisaje lejano.

Gallos peleando. 2003.

lunes, 10 de enero de 2011

Toros

Las corridas de toros han sido un tema de inspiración para muchos pintores. El pintor español Francsisco de Goya y Lucientes, cuando contaba setenta años en 1814, publicó su famosa serie de grabados La Tauromaquia.  En ellos se relata la historia del toreo en 33 obras de gran inspiración. Son imágenenes llenas de realismo y emoción, donde se expone este sensacional espectáculo, el deporte más importante del pueblo español.
Tambié otro genial español: Pablo Picasso se sintió atraído por este tema y nos dejó algunas pinturas taurinas de gran audacia y creatividad. En su famoso cuadro Guernica, la cabeza de un toro herido de muerte, es uno de los iconos más reconocibles del arte del siglo XX.
En las ciudades de los Andes Venezolanos, se practica el arte del toreo. Es una herencia dejada por los españoles y que se ha cultivado a través de los tiempos. Es un espectáculo lleno de colorido, bravura e irracionalidad, donde se dan cita todas las pasiones humanas. Hoy en día el espectáculo ha sido condenado por algunos.
Los colores de la corrida son el rojo, ocre y negro. Para mi representan, la sangre, el dinero y la fama , y la muerte, respectivamente.

Torero. 1996
Con el capote, los matadores logran bellos pases. Todas estas pinturas fueron pintadas al óleo, hace bastante. En aquella època yo estaba bastante interesado en este tema. Asistí a muchas corridas y tomaba apuntes en la plaza de toros. Estos cuadros de formato 60 x 60

Novillero. 1996.
El estilo puntillista cala muy bien en la pintura taurina.

El arte del capote. 1996.
En esta pequeña pintura  a la acrílica de 30x40 cm, yo dejé una interpretación muy subjetiva sobre el espectáculo de las corridas de toros. Es el momento de más intensidad en toda la faena, cuando el matador se dispone a dar muerte al toro. Este es  el momento sublime, cuando  se traspasa el umbral entre la vida y la muerte. El cielo se pone negro, hay un silencio absoluto en el redondel y todo se mueve girando en circulos.

Muerte del toro. 1989.
Hay un deporte muy típico de Venezuela, llamado los Toros Coleados. Este se practica en todo el país, pero tiene más arraigo en Los LLanos. Es el deporte nacional de Venezuela. El toro se suelta en una manga y el coleador, debe tumbarlo al suelo usando sus habilidades. Demás etá decir, que se requiere ser un buen jinete para lograr el objetivo. La fiesta de los toros coleados es alegre, vistosa y emocionante. Las bellas muchachas  con flores en el cabello, premian a los ganadores con un beso.

El coleador. 2006.

sábado, 8 de enero de 2011

La cultura andina.

La gente de los Andes gusta de parrandear, cuando se encuentra alegre. Cualquier pretexto sirve para ello, como por ejemplo un cumpleaños, una celebración religiosa dedicada a un Santo o el bautizo de un niño. La música de cuerdas típica de los Andes anima el espíritu y nos hace recordar los buenos tiempos, de manera sana.
Abajo pinté tres tipos populares en una típica Parranda. Ellos tocan el violín, el cuatro y las maracas. Es una pintura al óleo de 100 x 80 cm. trabajada con bastante detalle. Está hecho con una técnica tradicional de pintura en varias etapas. He usado veladuras y esmaltes para lograr mayor realismo en la imitación de las superficies.

De Parranda. 2000.
La guitarra es un instrumento de cuerdas que se toca aquí en Los Andes para acompañar  a los cantantes.

Guitarrista. 1992.
Hay campesinos viejos que tocan el violín por oído, sin haber estudiado en academias de musica. Son gentes que sienten la música en lo profundo de su ser y disfrutan tocando.

Viejo violinista. 1992.
En la ciudad de Tovar se celebra cada dos años un festival del violín, con músicos de todo el país. Allí los mejores violinistas de los campos nos deleitan con sus valses andinos, merengues, cumbias y joropos. Desde temprano se reúnen en la plaza para los ensayos. Es un espectáculo al aire libre, donde todo el mundo puede acercarse, deleitarse con las melodías  y hablar con los músicos. La gente quiere saber de donde vienen y que canciones nuevas traen. Es un intercambio de ideas y estilos musicales muy fructífero.

Tocando entre amigos. 1993.
El ambiente de la plaza y la iglesia al fondo, sirve de marco perfecto para este colorido festival del violín.

El músico. 1993.