Era el año de 1966.
Para poder continuar mi bachillerato y
mi hermana menor su cuarto grado, mi familia tuvo que hacer el sacrificio de
colocarnos en colegios privados que, si
bien cercanos, resultaban bastante caros. Estudié el tercero
y cuarto año del bachillerato en el
Colegio Colinas de Bello Monte.
Este era un plantel atendido por un grupo de españoles que se
había separado de la orden de La Salle.
Su director era el Profesor Villanueva y el subdirector era Nieto, quien se
tomaba muy en serio su trabajo y se encargaba del orden y la disciplina.
Estaba ubicado
en una vivienda vieja sobre una colina que dominaba el valle de Caracas y que
había pertenecido a la familia del Libertador. Creo que luego fue la casa de la
hacienda Bello Monte. No tenía suficiente espacio ni buenas instalaciones
deportivas, por lo cual extrañaba mi liceo de Maracay. Yo hubiese preferido
asistir a un liceo público pero fue imposible. En aquel entonces existía solo
un liceo en el este de la ciudad, el Gustavo Herrera.
En esa
institución tuve la suerte de contar con el
Profesor Gustavo Homerlein, un docente venido de Cuba, quien se dedicaba
de lleno a sus alumnos. A él le debemos muchas cosas, como hablar correctamente
en público, debatir ideas y un conocimiento amplio de los clásicos españoles.
Leímos a fondo La Celestina, el Quijote y otras obras y las discutimos en
clase.
De aquel grupo
de compañeros del Colinas de Bello Monte conservo recuerdos gratos. En primer
lugar un maracucho vecino y compañero de nombre Douglas Manzano. En especial de Julio Graterol, quien tenía un
carro viejo que se lo habían regalado sus padres y que lo manejaba
furtivamente, pues no tenía la edad reglamentaria. Con él y otros íbamos de
paseo, en viejo Borward Isabella,
hasta Las Mercedes a
saborear los famosos helados Frapé y
también unos ricos Hotdogs con salsa alemana. También conocí a muchos
jóvenes de procedencia española, como Antonio Casas, Ramiro y José García.
Igualmente unas lindas muchachas como Ludmila
y
la rubia y espigada Rocío quien
salía en Venevisión bailando ballet. Al italiano Luigi Speranza un gigantón de
buen carácter. A César Sánchez Paris y su hermana los recuerdo como
muy aplicados estudiantes. Por cierto
que Cesar se graduó de matemático en la UCV, fue compañero y colega mío como
profesor en la Facultad de Ciencias, hasta que se nos fue en el año 2011.
Una mistad
entrañable fue la de un vecino y compañero
de estudio, un joven
de origen yugoslavo de nombre Nicolás
Luger, que vivía enfrente de mi casa.
Éramos grandes amigos y su familia me tenía mucho aprecio. Nicolás era
un tipo especial por su personalidad fuera de serie. Le gustaba coleccionar
animales disecados y mantener en su casa babas y reptiles pequeños. Como no le
gustaba la televisión nos llevábamos muy bien.
No dispongo de fotos
de aquella época. Hice este pequeño dibujo de memoria. La pintura es la única arma
que poseo en contra del olvido. El colegio estaba situado en una colina y desde
allí se divisaba toda Caracas, con el majestuoso Ávila al fondo. No sé si todavía
existe o lo derrumbaron para hacer más edificios. Quisiera que alguien me suministrara
una foto de aquel lugar entrañable de juventud. Años de oro.
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