viernes, 29 de marzo de 2013

El azulejo de montaña.




En la casa de montaña, allá en la población de Mucurubá a 2500 metros de altura, hay en el patio una higuera muy frondosa cuyos frutos deliciosos atraen a  los pájaros del lugar. Los verdes higos al madurar adquieren una coloración violeta y la pulpa se vuelve  blanda y agradable. Los pájaros la picotean y se alimentan. 
Allí he visto en temporadas azulejos, copetones, golondrinas, cotingas y los ciotes que son de todo el año.

Hoy dos azulejos saltaron de mi árbol al del vecino, una mata de limonsón (especie de grapefruit o toronja amarga) de hojas verde profundo y grandes frutos amarillos que parecen melones brillando al sol. 
Estuvieron un rato mirándome y luego volaron rasante hasta el final del pueblo. Son pájaros bastante ariscos que no se dejan sorprender. Los azulejos tienen muy mal genio  y se atacan entre ellos.  

El azulejo posee un bello plumaje que muestra casi todos los tonos del azul, desde el más claro y ceniciento en su cabeza, hasta el azul índigo de la cola, pasando por azul verdoso de brillo metálico en las alas. Sus negros ojos escrutan el panorama con temor.
Francisco Rivero. Azulejo y toronjas. 2013.

La población de aves en el páramo merideño no es muy abundante. Quizás esto se deba  a la altura o bien  la tala indiscriminada de árboles para convertirlos en leña o artesanía. El cínaro, el alizo, el say-say, el pino laso y otras especies autóctonas casi han desaparecido. También la agricultura de esta zona emplea gran cantidad de pesticidas y fertilizantes, que generan muchas ganancias para las industrias químicas de los países “avanzados” pero son una amenaza para la vida. ¿ Cuando vendrá una verdadera revolución ecológica que se encargue de estos temas?

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