De los pueblos del sur en el estado Mérida, vienen a mi
memoria recuerdos de viajes placenteros. He plasmado algunos de sus bellos
paisajes en cuadros al óleo. Cuando uno pinta se traslada de nuevo hacia
aquellos lugares mágicos de pequeño pueblitos escondidos entre montañas.
Pueblos silenciosos en donde la quietud solo es perturbada por el caracoleo de
algún caballo, el canto de una paraulata o la risa de un niño que va a la
escuela. Son pueblo de encantadora sencillez, de gente trabajadora que vive con
pocas cosas en las casas que nos retraen
al pasado.
Sentir sureño en sueños de colores.
El Molino.
Como parte de mis obligaciones en la Zona Educativa del
Estado Mérida, hicimos un viaje por los pueblos del sur para realizar unas
jornadas de sinceración de Nómina en los planteles. Se sabe que muchos docentes
se retiran o se cambian de un lugar a otro, sin informar a la autoridad educativa. Esto, por supuesto, trae serios problemas de
planificación, al no poder contar con estadísticas confiables.
El Molino. Francisco Rivero. |
Así pues se formó una comisión en la Zona Educativa, para
atacar y resolver este problema, durante la gestión del Dr. Gilberto Perdomo.
Esta comisión, salió dela zona el día 10 de enero de 2010 a las 3 p.m. Estaba
integrada por unas once personas.
Salimos de Mérida en un par de vehículos rústicos 4x4: Una
camioneta Toyota Chasis largo de 10 puestos y otra camioneta Mazda de doble
cabina de 5 puestos. Después de pasar Ejido y Lagunillas, tomamos la vía de Estanques.
Allí comenzamos a subir por una
carretera que serpenteaba entre cerros, dejando ver un paisaje de montaña
impresionante.
Pasamos por el Páramo de las nieves, el lugar más alto del
camino. Después de pasar la finca de Betania, aparecieron en el fondo de un
valle cuatro esbeltas palmas y la torre cuadrada de color amarillo ocre de una
iglesia. Son palmas muy altas y robustas
del tipo Washingtoniana. Llegamos al Molino
a las 7 de la noche.
Allí nos recibieron dos profesores, que se encargaron de
todos los detalles para hacer más confortable nuestra estadía. Nos quedamos en la posada de la Sra. Aurora Ramírez,
a poco pasos de la plaza. Después de
cenar vino la charla, nos acostamos temprano y luego se fue la luz. El cielo
estaba despejado, la noche era fría como todas las del mes de enero y pude ver desde
mi ventana, a través de una claraboya en el techo, las estrellas y me quedé
dormido rápidamente por el cansancio del viaje.
Visitamos su pequeña escuela en la mañana. Luego partimos a
otros pueblos a seguir rodando. Un día en Canaguá, otro en Mucuchachí para visitar
la escuela técnica agropecuaria y así se fueron los días. Nos movemos entre charlas de maestras, verdes cerros,
ríos de colores y empinadas mesetas para cumplir con nuestra misión…..
San José del sur.
Esto lo escribí hace más de veinte años en mi libro Visitando
Mérida.
San José es uno de los Pueblos del Sur, que mejor ha logrado
conservar su arquitectura típica, de blancas casas con anchos muros y ariscados
aleros. San José, a 2334 metros de altitud, se asienta en una pequeña ladera
regada por una quebrada muy cristalina del mismo nombre. El clima es frío y
seco con temperatura media de 15° C. En las tardes la neblina que baja desde
los paramos cercanos, envuelve al pueblo en su blanco y misterioso manto, dando
una sensación inefable de paz, recogimiento y profunda contemplación.
San José del Sur. Francisco Rivero. |
Se puede llegar a San José por una carretera asfaltada que
viene de Mucutuy atravesando el Páramo de San José cubierto de neblina: una
ruta turística de gran belleza por sus paisajes, con alturas que pasan de los
cuatro mil metros. La ruta desde Mucutuy es de aproximadamente 1 hora y media
de duración en vehículo rústico. Allí se puede apreciar la vegetación tan
especial de estos lugares con gramíneas y frailejones que cubren una de las
formaciones geológicas más antiguas de los Andes. En el sitio denominado El
Cumpiz, hay un parque muy curioso con figuras de animales talladas en piedras
Después de pasar este páramo que divide los dos municipios,
se comienza a descender por el otro lado de la sierra hacia la vertiente de la
quebrada Tostós en donde se puede palpar la majestuosidad de la sierra Nevada y
el valle profundo del río Nuestra Señora. En las verdes laderas se ven algunas
casas dispersas, de campesinos que trabajan la tierra con tesón. Continuamos
descendiendo por una calzada muy estrecha que se retuerce, siguiendo los
pliegues de la montaña. Al final se divisa a San José con su semblante cálido y
acogedor a esta hora de la mañana, recogido en la intimidad silenciosa de su
pequeño valle.
San José posee una población de 148 habitantes. Por sus dos
calles longitudinales tranquilas que conducen a la pequeña plaza, el viento
susurra constantemente entre los bien podados pinos. Algunas paraulatas con sus
negras colas y ojos de color amarillo, se nos cruzan en el camino, volando
entre los matorrales. Son los ciotes que saltan entre las ramas..
Su iglesia sencilla de sólida planta rectangular, con una
sola nave y ancha torre, contrasta por su blancura con el verdor de los campos
vecinos. En sus alrededores se cultiva el trigo, papas, leguminosas y
hortalizas usando los métodos tradicionales del arado de bueyes. Son cantidades
modestas, pero suficientes para abastecer a los habitantes de la localidad.
Existe también una pequeña truchicultura en el pueblo.
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