Pinturas de Ejido.
La pintura al oleo de Ejido,
el pueblo más cercano a Mérida, ofrece algunas vistas interesantes. Ejido posee un clima muy especial marcado, por
temperaturas cálidas especialmente en las horas de la tarde cuando el sol
recalienta sus calles.
Ya comienza en verano en Venezuela en este mes de febrero. y la naturaleza cambia sus colores en respuesta a la sequía y el sol abrasador. El amarillo es el rey de los colores en esta época del año. Amarillo ámbar, cadmio, cromo y el indio de los pomos de colores se apoderan de mis lienzos y lanzan sus rayos dorados.
Es una luz intoxicante del atardecer que hiere la pupila y derrite las formas, la que me interesa. La luz crepitante entre el seco follaje como una llama de matices bermejos y naranjas, se impone en cada pincelada.
El cuadro de la izquierda es una perspectiva de la calle principal del pueblo, que conduce a la plaza bajando hacia el oeste. La segunda vista la tomé desde una esquina de la plaza. Ambos son oleo sobre lienzo de 40 x 50 cm.
La Paza. Ejido. Francisco Rivero. Oleo. 2009. |
A continuación cito algunos pasajes de mi libro Visitando Mérida.
Ejido ha sido llamada con justicia por Tulio Febres Cordero “La ciudad de la miel y de las flores”. Este título tan dulce, se debe a sus tradicionales panelas con las que se preparan los dulces caseros de higo, leche y guayaba, así como la rica miel y las flores provenientes de sus campos. Desde la época colonial, en Ejido se procesa la caña en los trapiches, para producir las panelas que sirven para endulzar los platos de la cocina típica del Estado Mérida.
La ciudad de la caña y de la miel.
Hacia el sur oeste de la Ciudad de Mérida, siguiendo la carretera Transandina, después de recorrer unos doce Kilómetros, nos encontramos con Ejido, la pequeña ciudad, situada a 1170 metros sobre el nivel del mar. El poblado se extiende sobre una meseta de suave pendiente, de origen aluvial, en la margen derecha del río Chama. Posee una temperatura media de unos 21 C. Ejido tiene una población cercana a los 100 mil habitantes.
La población tiene por límites la quebrada Montalbán por el lado este, la quebrada La Portuguesa, por el lado oeste, el río Chama hacia el sur y hacia el norte colinda con las aldeas de El Manzano y El Salado. En sus alrededores abundan los cultivos de caña de azúcar, que se prolongan desde las fértiles vegas del Chama, hasta la parte montañosa, hacia el norte donde arranca la Sierra de la Culata, en aquellos lugares abundan las pequeñas fincas de la caña, el plátano, las guayabas, los cafetos y otros cultivos trepan por las laderas, hasta alcanzar las aldeas de El Manzano y El Salado.
La ciudad está dividida en tres parroquias: Parroquia Matriz, hacia el oeste, Parroquia Montalbán hacia el este y la Parroquia Fernández Peña, hacia el sur de la ciudad. Hasta hace pocos años, la carretera Transandina atravesaba el poblado por la Plaza Bolívar. Hoy se tiene una vía alterna por la parte baja, llamada Avenida Centenario, la cual divide a la ciudad en dos sectores.
Hacia la parte de arriba de dicha Avenida se ubica el casco central del viejo Ejido, el cual consiste de dos calles paralelas bastante largas, llamadas Fernández Peña y Bolívar, atravesadas por unas catorce transversales cortas.
La Avenida Fernández Peña que corre en sentido este-oeste, nos conduce hasta la Plaza Bolívar en el casco central.
En los alrededores de la Plaza Bolívar se percibe un ambiente de pueblo andino por la presencia del mercado municipal y las tiendas que ofrecen todo tipo de mercadería, como cestas de fibra vegetal, relucientes machetes, ollas de barro, cobijas de lana, sacos de maíz, ramilletes de flores, etc.
Acercándonos a la Plaza.
Muchos campesinos bajan de las aldeas vecinas a vender sus productos al mercado y a comprar los artículos manufacturados que no se consiguen en el campo. Sentado en un banco de la plaza, bajo la sombra de los chaguaramos, me detengo a conversar un rato con una señora que ha venido desde El Morro a visitar un familiar que se encuentra enfermo. Mientras ella espera el jeep que la llevará de vuelta, me habla acerca de las propiedades curativas de algunas yerbas como el diente de león y el poleo.
La medicina tradicional basada en el poder curativo de las plantas, es un legado milenario de los indígenas, que se ha mantenido vivo de generación en generación por los habitantes de estas regiones. Los vehículos que se dirigen hacia las aldeas de Ejido se estacionan alrededor de la plaza y el mercado. Estos viejos jeeps, se reconocen por la gran cantidad de equipajes que llevan sobre el techo, como por ejemplo, bultos de papas, pacas de panela, racimos de cambures y otras cosas; además, sus vidrios están llenos de polvo y sus cauchos cubiertos por el barro de los accidentados caminos que deben transitar. Un pasajero de mejillas quemadas por el sol, toma un trago de miche de una botellita que guarda con mucho cuidado en el bolsillo interno de su chaqueta.
La Iglesia Matriz.
Enfrente de la plaza, vemos la bella Iglesia Matriz de Ejido, dedicada a San Buenaventura. De aspecto neoclásico, fue terminada de construir en 1907. Posee una fachada rectangular, dividida en dos cuerpos verticales, con pilastras de fuste estriado, que sostienen un friso con triglifos y metopas. En la parte de arriba, se tiene un pequeño frontón, semejante a un altar, con un arco acompañado de dos pequeñas pilastras a cada lado en forma simétrica, rematadas en el tope por una cornisa curvilínea, sobre la que se apoya una estatua de San Buenaventura. Tres puertas grandes de madera debajo de arcos con vanos permiten el acceso a cada una de las naves.
A ambos lados un par de torres simétricas octogonales, rematadas en cúpula, complementan el conjunto. La torre del naciente tiene cuatro relojes y la del poniente un campanario. El techo es a dos aguas y una gran cúpula sobre el ábside, le dan mucha fuerza y peso a la estructura. Por cierto que tanto las pequeñas cúpulas de las torres, como la del ábside, están revestidas de cobre recientemente, y resaltan bastante desde lejos.
Como la mayoría de iglesias de los pueblos andinos, la de Ejido ha sido erigida sobre un podio, de dos metros de altura en la parte delantera y que casi desaparece hacia el
ábside, para compensar el desnivel del terreno.
Unas escalinatas a cada lado permiten subir a un pequeño atrio o galería en la parte delantera, bordeado por barandas de balaustre.
El interior de la iglesia es bastante suntuoso. La nave principal de gran tamaño está sostenida por gruesas columnas de fuste liso pintadas de color negro imitando el mármol, las cuales sostienen el techo mediante unas arcadas. En las paredes laterales se aprecian unos vitrales hermosos de motivos geométricos y florales. En la parte inferior de cada vitral se observan los nombres de las familias que, en algún momento, los donaron.
Caminando hacia el altar, se abren un par de capillas, laterales dedicadas a algunos santos. El altar mayor contiene un retablo hecho de mármol blanco, con tres nichos que contienen las imágenes de San José y la Virgen Inmaculada hacia los lados, y San Buenaventura en el centro. También en la pared del ábside observamos un fresco que representa la sagrada familia. Sobre la puerta principal, sobre un vano, está situado el coro y una escalinata en espiral que da acceso al mismo.
El piso de mosaicos blancos y negros, así como las decoraciones de las columnas, arcos y techos, imitando el mármol, le dan gran vistosidad y magnificencia a esta hermosa iglesia.
La Plaza Bolívar está circundada por algunas casas coloniales de dos pisos, el edificio de la alcaldía, la Policía, la Clínica y el portón de acceso al mercado.
Continuamos nuestro recorrido en sentido contrario, siguiendo la Avenida Bolívar, y nos encontramos con una pequeña plaza dedicada a Justo Briceño, bajo la sombra protectora de dos enormes robles y un samán. Un jardín de rojos capachos le da colorido al contorno. Enfrente vemos una casa muy antigua con un portón azul. Es el Museo Histórico Religioso de Ejido que contiene la colección de objetos de Don Paco Ortega. La casa está en muy mal estado, pero recientemente se iniciaron los trabajos para el rescate de esta edificación.
Calles multicolores.
El pueblo es de genio alegre y bullicioso- de casas
multicolores y fachadas de todos los estilos y tamaños, abarrotadas de tiendas y
pequeños talleres reparación. Usando una técnica cubista hice este cuadro al oleo de 40 x 50 cm.
Para ver otros cuadros de ejido, Calles de Ejido.
Pintura al oleo cubista de Ejido, Mérida,
Inspirada en un ambiente algo caótico de Ejido. con sus un barriadas que crecen de forma algo anárquica, sus fachadas multicolores forman imágenes de caleidoscopio bastante poéticas. Hay gran cantidad de comercios con avisos que saturan la mirada. La población que supera los cien mil habitantes ha sabido sobrevivir en esta crisis con bastante ingenio. Mucha gente hace vida componiendo lo que se daña.
Se arreglan
planchas, se estiran zapatos, se reparan calentadores, se compra oro, se hacen
camisas, se alquilan lavadoras chaca-chaca,
se venden hallacas por encargo, se dan clases de Matemáticas, se reparan
colchones, se hacen contratos, se limpian inyectores de Chevrolet, se muele maíz, se
hacen canales, se hecha la buena suerte,…etc. Rótulos y más rótulos guindan de
los portales. La gente se rebusca por todos lados.
El paisaje de ejido es del color del realismo mágico: en nítidos perfiles de rojo y amarillo se van pintando como en un cuadro al oleo, las casas y edificios que se amontonan formando pequeños barrios arrinconados entre el Chama y la montaña.
Este cuadro que pinte hace unos días es una síntesis de todo esto. Parece una cobija de la abuela hecha de parches de tela. O como dirían los norteamericanos un “Country Quilt”. Es un cuadro muy energético y a la vez sofocante, en el mejor “estilo tortilla” que he estado usando últimamente. Esta hecho en acrílico sobre un lienzo de 50 x 60 cm.
Algunas casa viejas
de noble aspecto con altos ventanales de balaustre rematados en cornisas de
tejas, se trasforman en carnicerías, farmacias
y abastos, de manera irreverente con el pasado, mediante un hueco
rectangular entre sus blancos muros de tapia. Un hueco rematado con una tosca puerta de herrería.
Bajando hacia Los Guaimaros.
La ciudad crece proolongándose hasta los cerros
desforestados del Moral, los cujíes amarillentos de Los Guáimaros, el
cerro de Pan de Azúcar, los cañamelares de El Salado y sigue hacia La Mesa por
una carretera que serpentea lomos de cerros. En la periferia, Calles de asfalto negro se entretejen entre los rojos bucares y los ceibos formando intrincados laberintos por donde nos
perdemos los que somos de afuera. La mirada se pierde entre tantas líneas y
colores.
Este
cuadro que pinte hace unos días es una síntesis de todo esto. Parece una cobija
de la abuela hecha de parches de tela. O como dirían los norteamericanos un
“Country Quilt”. Es un cuadro muy
energético y a la vez sofocante,
en el mejor “estilo tortilla” que he estado usando últimamente. Esta hecho en acrílico sobre un lienzo de
50x60 cm.
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