lunes, 2 de mayo de 2011

La trucha que se contaminó….

Alto Chama. Pastel. 1995.


Visité una truchicultura en el páramo. El lugar era bonito. Uno se deleitaba contemplando el verdor de aquellos prados teniendo como fondo azules montañas coronadas de nubes soñadoras. En el centro de todo un gran lago artificial que represaba las gélidas aguas de una quebrada que bajaba entre rocas, y en sus orillas destacaban macetas de flores de capacho de un rojo intenso y más abajo las hortensias de un violeta azulado formando globos donde se posaban las abejas. Había cientos de truchas en las piscinas que se movían sin cesar de un lado a otro. Entre ellas se destacaba una en particular por su gran tamaño, con pintas oscuras sobre el lomo y color algo verdoso.
-          Es la trucha contaminada – Intervino uno de los empleados, como adivinando mis pensamientos.
Mientras yo miraba a la trucha verdosa el empleado continuaba su plática con una explicación muy educativa sobre el origen de la truchicultura en Mérida.
-          Las truchas no son autóctonas de los Andes. Fueron traídas del Canadá y sembradas en ríos y lagunas, a mediados del siglo XX. Nuestras truchas son de la variedad arco iris. Con las truchas se preparan deliciosos platos de la gastronomía merideña: trucha al ajillo, trucha a la plancha, trucha a la menier…etc
Cuando el hombre se cansó de hablar, se fue a trabajar. Entonces  me quedé a solas con la trucha verdosa que daba vueltas y vueltas en un círculo dibujado con burbujas. Y al final,  ella, flotando muy quietecita al borde la piscina, me contó en aquella mañana radiante de sol,  toda la verdad sobre su triste historia.
“Me llamo Iris. Puedo contarte mi historia, para que la lleves por todo el páramo. Soy una trucha muy experimentada. Conozco bien los ríos y quebradas de este lugar. Todos ellos están contaminados con distintos desechos producidos por el hombre.
Un día mis tres compañeras y yo salimos de la truchicultura a conocer los ríos de Mérida. Pensábamos que estaban limpios como en la época de nuestras abuelas. Soñábamos con aquellos torrentes montañosos de  aguas limpias, puras y cristalinas. Nos contaron que en los suaves remansos, la luz  dejaba ver un fondo de arenilla muy fina que irradiaba destellos como la  plata.   

La quebrada. Pastel. 2005.
Creo que lo de nuestra excursión fue una pésima idea, pues  las cosas no salieron como esperábamos. Ahora los tiempos han cambiado y las cosas no son como ayer. Comenzando por el río Chama, donde pasamos el primer susto. Unos campesinos irresponsables arrojaron potes de pesticidas al agua y la contaminaron. Era un veneno muy poderoso que nos enfermó por tres meses. Luego, aguas abajo, alguien se le ocurrió arrojar aceite de motor  al río. El agua se torno sucia y nos envolvió una capa negra, grasosa y maloliente. Tapó nuestras agallas y no podíamos respirar.  Finalmente ocurrió lo peor: Frente a un pueblo recibimos la descarga de las aguas negras de todas las cloacas. Nunca había visto algo tan horrible. ¿Porque las poblaciones del Chama no tienen su planta de tratamiento de aguas servidas?
Mis compañeras murieron de tanta contaminación. Yo fui la única que sobreviví, gracias a un niño bueno que me rescató entre los desechos tóxicos y me trajo de vuelta a esta truchicultura.”

Trucha Arco Iris, Acuarela 1995.


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