sábado, 24 de diciembre de 2011

La Contradanza: El baile de Aricagua

La gente de antes bailaba la Contradanza con esmero y dedicación especial. Hoy solo quedan algunos vestigios, perdidos en las entrañas de las montañas andinas. Es una versión venezolana del famoso baile que se originó en Inglaterra ( Country Dance), atravesó el canal de la Mancha, pasó por Francia y llegó a estas tierras americanas, primero a Cuba y luego salta a Tierra Firme. Es un baile de cuadros parecido al minue, pero para la gente del campo, su ritmo es más alegre y movido.
He visto en algunas lugares bailar una contradanza estilizada, con un refinamiento amanerado y de salón, como si fuese un minue o un vals de etiqueta. Estas versiones edulcoradas de viejas tradiciones campesinas, además de ridiculas,  son de muy mal gusto.  Es un absurdo, producto de bailarines y escenógrafos de valses vieneses,  que no investigan, pues se trata de un baile de campesinos.
Vean estos niños con que naturalidad bailan, con que gracia se mueven, disfrutenlo y aprendan señorres...


Aricagua es un lindo pueblo del sur del estado Mérida, Venezuela en donde se baila la antigua, genuina, la  verdadera Contradanza. En el siguiente video presentamos un paseo que parte de la zona del Morro, un pueblo sobre el lomo de una montaña como montando a caballo. Vemos el cañón profundo del río Nuestra Señora, río este que forma un valle transversal a la cordillera, bastante erosionado y que nace en una laguna cercana al Pico Bolívar. Desde allí se asciende al filo de la montaña que divide las aguas de dos grandes cuencas hidrográficas, la del Lago de Maraciabo, que desemboca en el Mar Caribe y la cuenca del río Aricagua, que ofrenda sus aguas al Caparo, río caudaloso que desemboca en el Apure, el segundo río más largo de Venezuela, afluente del Poderoso Orinoco y que , como todos sabemos, desemboca en el Oceano Atlantico. Cuando llegamos al punto más alto, en la capillita de la Virgen,  donde se produce el divorcio de las aguas, vimos un árbol cuyas hojas pueden caer de un lado y de otro. Nacen juntas pero por el azar ellas pueden ir a parar a miles de Kilómetros de diferencia. Esto ilustra bien la Teoría matemática del caos, sensibilidad de las condiciones iniciales.
Luego la población de Aricagua con su paisaje de un  verde perenne. Aricagua posee reservas forestales de gran belleza en donde hay muchas orquídeas y otras epìfitas. Vemos a nuestros pies pasar su río con suaves meandros, y más alla reclinado en  un repecho de la montaña el poblado,  con su iglesia sencilla de blancos muros y torre cuadrada; y la Unidad Educativa Bolivariana Francisco Uzacátegui Dávila. Al final del video observamos la selva nublada, por donde se abre paso la esctrecha carretera que serpentea y un puente de hierro sobre el río Aricagua.

sábado, 21 de mayo de 2011

El dulce idilio de una lechoza con cuatro plátanos.

Las frutas maduras ponen el color en la naturaleza. La  papaya o lechoza (como se conoce en Venezuela) es una sinfonía  policromática de delicados matices que van desde el verde selvático más intenso, pasando por el ocre de los caminos polvorientos  y el amarillo candela, hasta los rojos más sensuales que se puedan tener bajo la  luz del sol. Es una fruta de gran tamaño cuyo interior va creciendo poco a poco, se hincha como el vientre de una mujer preñada y al romperse nos deja ver el misterio de sus negras semillas cubiertas de un mucilago brillante y transparente. Su pulpa carnosa, abundante y generosa es suave y rosada, de gusto delicado: apenas un poco ácida, con un ligero toque azucarado que acaricia el paladar.  Muy pocos saben  que sirve para curar las ulceras estomacales.

Lechozas, plátanos y naranja. 2003.
Aquí en esta obra hecha con lápices de colores, cuatro plátanos, dos lechozas y una naranja sirven de motivo para un bodegón tropical.
Desde  las tierras bajas de las montañas andinas hasta la gran planicie del Lago de Maracaibo se cultiva la sabrosa lechoza. Allá, en medio de una naturaleza ubérrima rodeada de aire caliente y vaporoso, cargado de humedad tropical se reproducen los lechozos  a placer.  Entre las hileras de las matas de plátano se dan muy bien, junto a las ramas esbeltas de los cacaoteros ( Theobroma cacao), los zapotes (Pouteria sapota), los jugosos nísperos ( Manikara achras) y el dulce guanábano ( Annona muricata).
Lechozas y naranjas. 2003.

viernes, 20 de mayo de 2011

MI tío Paco también era dibujante.


No sé si las habilidades pictóricas se heredan o no, pero en mi caso debo decir que si, pues provengo de una familia donde no faltaron los  pintores. Mi tío Francisco Rivero Gil (1899-1972) fue pintor y caricaturista.  Nació en Santander España, siendo el hijo mayor de una gran familia de 11 hermanos. Su padre  Jesús Rivero Herrería, originario de Asturias, era el delineante del Puerto de Santander.  Como consecuencia de la Guerra Civil Española, la familia se desintegró. La mitad se quedó en España y la otra se vino a América. Mi tío, junto con cinco de sus hermanos, entre los que estaban  Jesús Rivero Gil (mi padre), cruzaron el Atlántico para salvar sus vidas.  Después de pasar  penurias y  necesidades  durante 18 meses en un campo de concentración en Francia, emigraron a la República Dominicana. Allí se divide nuevamente la familia: unos se fueron a México, otros a Colombia y otros más  a Venezuela. MI tío Luciano Rivero (Chano), el menor de los hermanos fue también dibujante y heredó el cargo de delineante del Puerto santanderino, que Mantuvo mi abuelo  hasta su muerte. Su hijo Manuel es abogado y trabaja en Madrid.
Aquí os dejo una bella estampa de un día domingo al salir de misa. Son un par de novios  cántabros debajo de un árbol. Es obra de Francisco Rivero Gil. El cuadro se titula “Romería” es guache sobre pastel y data de 1958.


Fancisco Rivero Gil-  Romerías. 1958.

Un poco más antigua es esta caricatura, bastante  expresiva, que lleva por título ”Buenos Aires” y fue pintada en 1918. Que tal..
Francisco Rivero Gil- Buenos Aires. 1918.

jueves, 19 de mayo de 2011

Cultura y tradiciones de Mérida, Venezuela. San Isidro labrador…


Bueyes en el día de San Isidro. 2007.


La tradición de San Isidro en Mérida.

Con las  primeras lluvias del mes de Mayo  se abre la estación del invierno y con ella  las esperanzas para los agricultores. El agua caída del cielo hará germinar las semillas y el campo volverá a ser verde. Mayo es promesa hecha agua,  de un nuevo renacer de la vida en el campo. Mayo es el mes en que florecen las orquídeas. Recordemos que la orquídea es nuestra flor nacional. En el mes de Mayo también se celebran   fiestas  a la Virgen María y los niños reciben el Sacramento de la Primera Comunión.
¡Qué hermosas son las fiestas de San Isidro! ¡Cuanta religiosidad y devoción al Santo se  pone de manifiesto en estas montañas andinas! Los bueyes se visten de color en ese día. Las plazas e iglesias se engalanan con arcos de flores y frutos. Los campesinos bajan de las aldeas a celebrar en el pueblo. Las muchachas se engalanan con sus mejores trajes. Habrá morteros, música, algarabía, puestos de comida donde no faltará la chicha de maíz, los pasteles, el sancocho de gallina y los dulces típicos.
Sin embargo, en este mes de Mayo de 2011, hemos tenido en Venezuela  exceso de agua. Se nos ha venido encima El Diluvio y no hay un Arca de Noé donde quepa tanta gente... Llueve casi todos los días desde el mes de Noviembre. Esto ha sido un invierno constante, que ha ocasionado deslaves, crecientes de ríos, daños en los caminos. Inundaciones que ha dejado  a poblaciones enteras damnificadas-  la gente le pide a San Isidro que pare de llover y los niños cantan en la misa cantan: San Isidro Labrador, quita el agua y pon el Sol.
En 1943 el artista venezolano Hétor Poleo, pintó un cuadro llamado “Los tres comisarios”, que se ganó un premio muy importante. El motivo del mismo son tres comisarios rurales, embozados en sus ruanas, para protegerse del frío- y con los sombreros calados hasta la nuca, que impide verles el rostro.

Posee influencias del muralismo mexicano. Eran otros tiempos, de una Venezuela rural, plagada de miseria, enfermedades y analfabetismo. Estos tres tipos, de aspecto tosco y vulgar, que conversan entre ellos, mientras dan la espalda al espectador, representan la “máxima autoridad” del pueblo, con sus peinillas colgando del cinturón. Uno quisiera acercarse más al cuadro para escuchar la conversación. Al fondo se divisa un poblado andino medio abandonado. Es quizás el recuerdo de una pesadilla que nos remonta a nuestra niñez.  Sabemos que Héctor Poleo estuvo por estas tierras en los años 40 y de allí, pienso yo,  le vino la inspiración para esta obra.
La imagen de los tres comisarios es subyugante, posee mucha fuerza telúrica y es como un ícono de  nuestra cultura; representa la barbarie, la irracionalidad y el miedo que todos los latinoamericanos llevamos adentro. Solamente un verdadero artista es capaz de crear estas imágenes inmortales, que identifican a todo un pueblo.
Combinando la imagen inquietante de los tres comisarios de Poleo con esta otra locura  del cambio climático se me ha ocurrido una idea,  que hoy plasmo en una hoja de papel de 25x30 cms, con lápices de colores. La lluvia ha borrado el paisaje y tan solo quedan los tres comisarios, hablando de lo mal que lo han pasado con estas lluvias, y los pies sumergidos dentro de  un charco de agua. En conclusión: Hoy en día la gente es más pacífica y civilizada, que en aquel año de 1943, pero la naturaleza sigue siendo bárbara e implacable con nosotros.
Tres comisarios bajo la lluvia. Mayo de 2011.

lunes, 2 de mayo de 2011

La trucha que se contaminó….

Alto Chama. Pastel. 1995.


Visité una truchicultura en el páramo. El lugar era bonito. Uno se deleitaba contemplando el verdor de aquellos prados teniendo como fondo azules montañas coronadas de nubes soñadoras. En el centro de todo un gran lago artificial que represaba las gélidas aguas de una quebrada que bajaba entre rocas, y en sus orillas destacaban macetas de flores de capacho de un rojo intenso y más abajo las hortensias de un violeta azulado formando globos donde se posaban las abejas. Había cientos de truchas en las piscinas que se movían sin cesar de un lado a otro. Entre ellas se destacaba una en particular por su gran tamaño, con pintas oscuras sobre el lomo y color algo verdoso.
-          Es la trucha contaminada – Intervino uno de los empleados, como adivinando mis pensamientos.
Mientras yo miraba a la trucha verdosa el empleado continuaba su plática con una explicación muy educativa sobre el origen de la truchicultura en Mérida.
-          Las truchas no son autóctonas de los Andes. Fueron traídas del Canadá y sembradas en ríos y lagunas, a mediados del siglo XX. Nuestras truchas son de la variedad arco iris. Con las truchas se preparan deliciosos platos de la gastronomía merideña: trucha al ajillo, trucha a la plancha, trucha a la menier…etc
Cuando el hombre se cansó de hablar, se fue a trabajar. Entonces  me quedé a solas con la trucha verdosa que daba vueltas y vueltas en un círculo dibujado con burbujas. Y al final,  ella, flotando muy quietecita al borde la piscina, me contó en aquella mañana radiante de sol,  toda la verdad sobre su triste historia.
“Me llamo Iris. Puedo contarte mi historia, para que la lleves por todo el páramo. Soy una trucha muy experimentada. Conozco bien los ríos y quebradas de este lugar. Todos ellos están contaminados con distintos desechos producidos por el hombre.
Un día mis tres compañeras y yo salimos de la truchicultura a conocer los ríos de Mérida. Pensábamos que estaban limpios como en la época de nuestras abuelas. Soñábamos con aquellos torrentes montañosos de  aguas limpias, puras y cristalinas. Nos contaron que en los suaves remansos, la luz  dejaba ver un fondo de arenilla muy fina que irradiaba destellos como la  plata.   

La quebrada. Pastel. 2005.
Creo que lo de nuestra excursión fue una pésima idea, pues  las cosas no salieron como esperábamos. Ahora los tiempos han cambiado y las cosas no son como ayer. Comenzando por el río Chama, donde pasamos el primer susto. Unos campesinos irresponsables arrojaron potes de pesticidas al agua y la contaminaron. Era un veneno muy poderoso que nos enfermó por tres meses. Luego, aguas abajo, alguien se le ocurrió arrojar aceite de motor  al río. El agua se torno sucia y nos envolvió una capa negra, grasosa y maloliente. Tapó nuestras agallas y no podíamos respirar.  Finalmente ocurrió lo peor: Frente a un pueblo recibimos la descarga de las aguas negras de todas las cloacas. Nunca había visto algo tan horrible. ¿Porque las poblaciones del Chama no tienen su planta de tratamiento de aguas servidas?
Mis compañeras murieron de tanta contaminación. Yo fui la única que sobreviví, gracias a un niño bueno que me rescató entre los desechos tóxicos y me trajo de vuelta a esta truchicultura.”

Trucha Arco Iris, Acuarela 1995.


viernes, 25 de marzo de 2011

Sueños de trapiches

Los trapiches de caña son un buen motivo pictórico. Aquí en Mérida se sembraba la caña en  las haciendas de los alrededores. Todavían quedan algunos trapiches de los muchos que habían.




   

Francisco Rivero. Trapiche de la laguna. 1995.


Este trapiche al lado de una laguna y en las primeras horas de la mañana ofrece un bello motivo, difícil de rechazar para un pintor. El torreón del fondo, que  se eleva por encima de los picos de la Sierra Nevada, sirve para dividir el espacio superior en dos zonas de manera armónica.  Los reflejos en el agua dan la sensación de realismo. Es una pintura al óleo de 50x 60 cm.



 
Francisco Rivero. Trapiche de San Juan. 1995.
En medio de un cañamelar bastante plano se halla este pequeño trapiche. La sala de las pailas se ha convertido en un deposito de bagazo, de un color amarillo claro. El punto de observación en la parte alta acentúa el caracter familiar y humilde de esta escena. El tejado rojizo contrasta con el verde de los cultivos. ES una pintura al óleo de 50 x40 cm.

Francisco Rivero. Trapiche de la laguna. Amanecer.1995.
Aquí los tonos azules del cielo y sus reflejos en el agua invaden todo el cuadro, creando un cierto aire melancólico. ES una escena pintada bien temprano, al amanecer, cuando los primeros rayos del sol iluminan las cosas. La mas oscura del edificio algo derruido, es un motivo sencillo pero de mucho impacto, por el contraste con los tonos claros de la luz que lo rodea.
Los trapiches nos traen recuerdos de una época pasada, de austeridad y sencillez. Los niños nos deleitábamos con los sabrosos dulces y golosinas elaboradas a base del melado de la caña:  alfondoques, alfeñiques y papelón. Nos refrescábamos con el sabroso guarapo de caña. Chupábamos la caña dulce recien cortada  en trocitos. La novelista venezolana Teresa de la Parra, quien nació en París en 1889, se crió en Caracas  cerca de una hacienda de caña perteneciente a su familia y murió en Madrid en 1936, nos ha dejado estas hermosas palabras en su libro" Las memorias de Mamá Blanca"

En el trapiche amplio y generoso no había casi paredes ni había casi puertas; nada se encerraba, !Adelante todo el mundo¡ Entraba el sol; entraba el aire; entraba el aguacero; entraban las legiones de avispas doradas y zumbando a buscar dulce; entraban las yuntas lentas con los carros anchos y los montone sde caña bien trabados que los gañanes descargaban de un golpe... entraban los hijos de los peones con una cazuela en la mano a pedir " DE parte de mamá que si me hacen el favor de unas migajitas de raspadura o un pedacito de papelón roto"...

martes, 15 de febrero de 2011

Las cinco águilas blancas


Una de las leyendas más bonitas de Mérida es "Las cinco aguilas blancas", recopilada por Tulio Febres, hace exactamente cien años. La india Caribay, mitad humana, mitad divinidad es el centro de esta historia cautivante, en donde se funden los misterios siderales con la naturaleza de los bosques de Mérida. Basado en esta leyenda es el cuadro de abajo, un óleo de 100x90 cm.

Francisco Rivero. Cinco águilas blancas. 2011.


Las cinco águilas blancas.

Cinco águilas blancas volaban un día por el azul del firmamento: cinco águilas enormes cuyos cuerpos resplandecientes producían sombras errantes sobre los cerros y montañas.
¿Venían del norte? ¿Venían del sur? La tradición indígena solo dice que las cinco águilas blancas vinieron del cielo estrellado en una época muy remota.
Eran aquellos los días de Caribay, el genio de los bosques aromáticos, primera mujer entre los indios mirripuyes, habitantes del Ande empinado. Era hija del ardiente Zuhé y la pálida Chía; y remedaba el canto de los pájaros, corría ligera sobre el césped como el agua cristalina, y jugaba como el viento con las flores y los árboles.
Caribay vio volar por el cielo las enormes águilas blancas, cuyas plumas brillaban a la luz del sol como láminas de plata, y quiso adornar su cabeza con tan raro y espléndido plumaje. Corrió sin descanso tras las sombras errantes que las aves dibujaban en el suelo; salvó los profundos valles; subió a un monte y otro monte; llegó, al fin, fatigada a la cumbre solitaria de las montañas andinas. Las pampas, lejanas e inmensas, se divisaban por un lado; y por el otro, una escala ciclópea, jaspeada de gris y esmeralda, la escala que forman los montes, iba por la onda azul del Coquivacoa.
Las águilas blancas se levantaron perpendicularmente sobre aquella altura hasta perderse en el espacio. No se dibujaron más sus sombras sobre la tierra.
Entonces Caribay pasó de un risco a otro risco por las escarpadas sierras, regando el el suelo con sus lágrimas. Invocó a Zuhé, el astro rey, y el viento se llevó sus voces. Las águilas se habían perdido de vista, y el sol se hundía ya en el Ocaso.
Aterida de frío, volvió sus ojos al oriente, e invocó a Chía, la pálida luna; y al punto detúvose el viento para hacer silencio. Brillaron las estrellas, y un vago resplandor en forma de semicírculo se dibujó en el horizonte.
Caribay rompió el augusto silencio de los páramos con un grito de admiración. La luna había aparecido, y en torno de ella volaban las cinco águilas blancas refulgentes y fantásticas.
Y en tanto las águilas descendían majestuosamente, el genio de los bosques aromáticos, la india mitológica de los Andes moduló dulcemente sobre altura su selvático cantar.
Las misteriosas aves revoletearon por encima de las crestas desnudas de la cordillera, y se sentaron al fin, cada una sobre un risco, clavando sus garras en la viva roca; y se quedaron inmóviles, silenciosas, con las cabezas vueltas hacia el norte, extendidas las gigantescas alas en actitud de remontarse nuevamente al firmamento azul.
Caribay quería adornar su coroza con aquel plumaje raro y espléndido, y corrió hacia ellas para arrancarles las codiciadas plumas, pero un frío glacial entumeció sus manos; las águilas estaban petrificadas, convertidas en cinco masas enormes de hielo.
Caribay da un grito de espanto y huye despavorida. Las águilas blancas eran un misterio, pero un misterio pavoroso.
La luna se oscurece de pronto, golpea el huracán con siniestro ruido los desnudos peñascos, y las águilas blancas despiertan. Erizánse furiosas, y a medida que sacuden sus monstruosas alas el suelo se cubre de copos de nieve y la montaña toda se engalana con el plumaje blanco.
….
Este es el origen fabuloso de las Sierras Nevadas de Mérida. Las cinco águilas blancas de la tradición indígenas son los cinco elevados riscos siempre cubiertos de nieve. Las grandes y tempestuosas nevadas son el furioso despertar de las águilas; y el silbido del viento en esos días de páramo, es el remedo del canto triste y monótono de Caribay, el mito hermoso de los Andes de Venezuela.
Tulio Febres Cordero