La ciudad de Mérida y sus alrededores son lugares atractivos para pintar. Yo siempre siento una profunda admiración por estos paisajes, donde la naturaleza es exhuberante y generosa. La luz cambia bastante durante las horas del día, lo cual es un factor importante en la pintura. Cada paisaje tiene su mejor momento, cuando el sol ilumina las cosas de la mejor manera, como nos gusta. Entonces se destacan algunos aspectos que serán el centro de atención de las miradas. El pintor debe fijar su atención en esos pequeños detalles, que pasan desapercibidos para la mayoría de las personas. Ejercitar la vista es parte de la rutina diaria.
Los campos de
Zumba hacia la parte sur de la meseta, son uno de mis temas favoritos. Hay una gran variedad de árboles de grandes copas en aquel lugar. Por ejemplo los
ceibos,
bucares, caobas y
matapalos. Este cerro de tonalidades azul verdoso, coronado de nubes blancas, nos inspira paz y tranquilidad, en una mañana del mes de enero.
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Paisaje desde Zumba. 1997. |
La ciudad con sus casas, edificios y avenidas se proyecta en un plano inclinado. Al fondo de la meseta se elevan las montañas formando triángulos, que dividen el espacio pictórico. Este esquema conformado en base a triángulos, le da mucho movimiento y dinamismo a la pintura.
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Mérida. 1997. |
El pico
El Toro domina el panorama que sirve de fondo al pueblo de
La Parroquia. El cielo se tiñe de colores rosa cálido durante algunos atardeceres.
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La Parroquia. 1994. |
Hacia el norte de la ciudad observamos la Iglesia de Milla. Su blanco campanario es punto de referencia de las miradas. La meseta es como un pedestal natural, sobre el que se levanta un barrio de vieja tradición.
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Casas en MIlla. 1994. |
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